jueves, 11 de diciembre de 2008

¿Y ahora quién podrá alimentarnos?

El primer posteo de la historia de este blog se trata de uno de los grandes temas de la economía: el de la escasez. Si bien la economía como ciencia tiene una pila de definiciones por una pila de autores diferentes según sus puntos de vista, en general se la define de una manera simple como el estudio de la administración de recursos escasos frente a fines alternativos infinitos (comida, bebida, vivienda, entretenimiento, etc.). En gran parte, esta definición se debe a un economista del siglo XIX llamado Thomas Robert Malthus. Este inglés era nada menos que un clérigo al que no se le ocurrió otra cosa que describir la Inglaterra de fines del siglo XVIII y principios del XIX de una manera un tanto apocalíptica, tanto que uno de sus colegas, el también británico Thomas Carlyle, denominara a la economía la "ciencia lúgubre" ¡O sea, Malthus fue el primer "agorero"!

Según Malthus, en su obra más conocida, titulada "Ensayo sobre el principio de la población", el crecimiento de la población resultaba una amenaza muy importante para la administración de los recursos. Como la cantidad de habitantes del planeta crecía ininterrumpidamente y la cantidad de tierra y recursos estaba dada, llegaría un momento en que no habría suficientes alimentos para abastecer a la totalidad de la población. Es en ese momento cuando la naturaleza misma se encargaría de eliminar el remanente de la población a través de epidemias, guerras y hambrunas, para llegar a una situación en la que los habitantes volverían a ser capaces de consumir los recursos sin preocuparse por el abastecimiento. A medida que la población creciera, el ciclo volvería a repetirse. La solución, entonces, pasaba por el respeto a las normas morales, como la abstinencia y el control de la natalidad.

Después de casi 200 años, la teoría de Malthus ha sido completamente desechada. Seguimos utilizando los recursos de nuestro planeta mientras la población se ha multiplicado varias veces. Lo que el economista inglés ignoraba era un aspecto fundamental del proceso productivo: la incorporación de tecnología. Sin ella, probablemente todo desembocara en un escenario como el planteado por Malthus, pero la mente humana ha logrado desarrollar prácticas por las cuales, por ejemplo, el rendimiento de las tierras menos fértiles es varias veces superior a lo que lo era hace un par de siglos.

Ahora bien, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) acaba de dar a conocer un informe titulado "El Estado de la Inseguridad Alimentaria en el mundo 2008" en el cual se plantea un dato alarmante: hay 963 millones de personas con serios problemas de nutrición en el mundo. Esta cifra resulta alarmante no sólo por su magnitud (es casi el 15% de la población mundial), sino también porque ha venido en franco ascenso desde hace algunos años. De hecho, según la FAO, mientras que en el período 2003-2005 la cantidad de desnutridos en el mundo se estimaba en 848 millones (nivel prácticamente igual al del período 1990-1992), para 2007 la cifra se había incrementado a 923 millones y este año alcanzaría los 963 millones ya comentados.

Las causas, según el informe, ha sido el espectacular y drástico incremento de los precios de los alimentos en los últimos años. El índice de precios de alimentos que elabora este organismo tuvo aumentos importantes en 2005 y 2006, como puede verse en el gráfico a continuación. Pero es en 2007 cuando los aumentos generalizados se aceleran para continuar en 2008 hasta tocar un pico en los primeros meses del año, justo antes del estallido de la crisis financiera global (¿recuerdan la justificación acerca del precio de la soja a u$s609 por tonelada que fue la causante de la Resolución 125 que aumentó las retenciones en Argentina en marzo de este año?). En estos dos últimos años, 115 millones de personas habrían caído en el grupo de los desnutridos.


Ahora bien, hay varias causas para el aumento de los precios de los alimentos: las sequías y otras causas naturales como las plagas (echan a perder una parte de la producción y, si todos quieren alimentos, tienen que pagar más, por ley de oferta y demanda); inestabilidad de los mercados (por guerras o conflictos civiles y políticos); políticas económicas (cuando se suben los aranceles a la importación de alimentos o se restringe su exportación, o bien cuando se afecta el tipo de cambio entre monedas); cambios en los procesos de producción (cada vez más cultivos se utilizan para la elaboración de biocombustibles); cambios en los hábitos de consumo (como ha ocurrido en China durante los últimos años, a medida que la población rural se incorpora al sistema económico en las ciudades); aumento en los precios de bienes fundamentales para el desarrollo de los cultivos (como el petróleo); hechos propios de los mercados financieros (especulación). Cada una de estas causas ha tenido incidencia en los últimos años. Sin embargo, se considera que las últimas tres son las que han actuado con más fuerza hasta el estallido de la crisis financiera.

Más allá de las causas ciertas para semejante aumento de los precios de los commodities alimenticios, es interesante observar el análisis que la FAO realiza acerca de las consecuencias en la alimentación que tienen los aumentos en los precios de los alimentos. Como se observa en el siguiente gráfico, todo aumento en los precios genera una caída en los ingresos reales (puedo seguir cobrando 100, que es mi ingreso nominal, pero si antes consumía 100 unidades de un bien X a 1 cada una y ahora sólo puedo consumir 50 porque cada unidad aumentó a 2, mi ingreso real ha caído). Esta caída genera que el individuo deba cambiar sus hábitos de consumo: puede dedicar todo o una parte de su ingreso a comprar alimentos de más baja calidad por lo mismo que gastaba antes, o bien gastar más en lo que ha aumentado y dejar de consumir otros bienes (educación, salud, delivery, salidas al cine, etc.). También puede dedicar más tiempo a su trabajo para cobrar más y recuperar lo que ha perdido en términos reales. Todo esto, según el informe de la FAO, conlleva un deterioro en la salud (menos proteínas consumidas o de menor calidad, estrés, etc.) con importantes consecuencias físicas y psíquicas.


Pero por un momento pongámonos en el lugar de alguien sumido en la pobreza que no tiene un trabajo formal o que debe valerse de trabajos ocasionales para sobrevivir ¿Acaso esta persona tiene suficientes alternativas entre las cuales decidir, como vimos en el párrafo anterior? Claro que no. Y lamentablemente esta es la situación de la casi totalidad de aquellos que sufren la desnutrición alrededor del mundo. Según el informe, el 65% de la poblacion mundial desnutrida se encuentra en países muy pobres como Bangladesh o la República Democrática del Congo, o bien en las zonas rurales más pobres de países en vías de desarrollo como la China y la India.

Un paso fundamental que debe darse, entonces, es el de un Estado fuerte capaz de hacer frente a las demandas insatisfechas de los grupos más vulnerables de la sociedad, con programas de ayuda eficaces y focalizados, alejados de cualquier traba burocrática. Pero ¿qué hay de los productores? Es clave recordar que no porque los precios sean altos, los campesinos gozan de los beneficios que esta circunstancia histórica les ofrece. Las economías agrícolas más desarrolladas, como EE.UU., Canadá, Australia o Nueva Zelanda se han forjado en base a la agricultura familiar. Fueron favorecidas por firmes sistemas de crédito y protección por parte del Estado que les ha permitido adaptarse a las cambiantes condiciones de la producción. Pero esto es mucho más difícil en economías menos desarrolladas donde no hay previsibilidad, un sistema crediticio generalizado o esquemas tributarios eficientes, como ocurre en la Argentina (los campesinos más humildes pagan retenciones además del impuesto a las ganancias; tributan las mismas alícuotas que las empresas más grandes). De ahí que la solución vuelva a ser la fortaleza de un Estado capaz de brindar soluciones a los grupos de emprendedores agrícolas más pequeños, facilitándoles la inserción en un sistema de crédito que les permita, por ejemplo, financiar la compra de insumos para la producción, como los fertilizantes. La traba económica para la compra de estos insumos (cuyo precio estalló antes de la crisis, al estar tan conectado con el petróleo, como puede verse en el gráfico) es una de las más relevantes a la hora de entender por qué la producción no crece lo suficiente como para abastecer a más consumidores y forzar una baja de los precios a un nivel más razonable.


Sinceramente, pensé que el informe de la FAO no tendría repercusión en los medios. Sin embargo, el diario La Nación publicó ayer en primera plana la noticia junto a una muy similar sobre lo que ocurre con la desnutrición infantil en la Argentina. Juan Carr, líder de Red Solidaria, un tipo al que realmente admiro por su bajo perfil y compromiso absolutamente desinteresado, dijo que se ha hecho mucho en los últimos tiempos en términos de políticas sociales para bajar la desnutrición infantil pero que sigue siendo un drama. En mi opinión, no considero que se haya hecho demasiado si el mismo informe indica que en 2003 morían 12 niños por día por la desnutrición y hoy mueren 8. Sigue siendo un número elevadísimo para un país que crece a más del 8% anual desde hace 6 años, que es potencia en producción alimenticia y que ha tenido una cosecha récord de casi 100 millones de toneladas en la campaña 2007/2008.

Más allá de opiniones personales, el flagelo del hambre todavía existe a pesar de los progresos tecnológicos, sobre todo en la agricultura, y pega cada vez más fuerte a los más débiles. La FAO estima que solucionar el hambre en el mundo costaría u$s30.000 millones por año, es decir, el 10% de la ayuda que el gobierno estadounidense le acaba de brindar al gigante Citigroup. La FAO hoy cree imposible poder reducir el hambre a 420 millones de personas para 2015, como se había propuesto la ONU al comenzar el milenio. Además, alimentar a una población de 9.000 millones de habitantes en 2050 implicará duplicar la producción de alimentos que hoy se estima en 2.240 millones de toneladas, algo que parece difícil de lograr. El mundo se pregunta: ¿y ahora quién podrá alimentarnos? ¿Y si Malthus tenía razón?

3 comentarios:

Pimienta dijo...

Muy interesante juancito, además es de lectura amena. Sigue el camino amarillo!

Abrazooo

Sebas Pimienta

ingrato.blogspot.com

Babyshamble dijo...

Muy buen tema para arrancar la discusión Juan!

Personalmente creo que esta situación se esta conviertiendo en un problema que se perpetuará en el tiempo, independientemente de los precios, ya que ahora, con el bajón de precios (Soja US$300), estamos igual de mal que con la agflación.

Cómo todos sabemos los países agroexportadores crecen o decrecen al son de la variación en los términos de intercambio por lo cual: Menos crecimiento, menos empleo y en un indeseado mediano plazo, más pobreza estructural traducida cómo una imposibilidad de obtener ingresos para cubrir las necesidades básicas.

Aparte cómo vos bien remarcás existe escasa voluntad, ya que para Citigroup y AIG existen toneladas de billetes pero para los pobres humanos de África o América Latina no...

JM dijo...

Así es, existe una extraña paradoja para países agroexportadores como Argentina. Cuando los precios llegan a un techo, se genera (en las condiciones actuales) un aumento en la desnutrición mundial, aunque el país exportador se ve extremadamente beneficiado por los términos de intercambio. Al revés, cuando los precios caen, pueden caer también los índices de desnutrición mundial, pero el país agroexportador se ve perjudicado en términos de empleo, nivel de actividad e ingresos, y en consecuencia, empeoran las condiciones sociales a nivel local.